«Sin saber muy bien por qué, o sin tiempo para pensar en ello, uno se pone a correr, saliendo de las calzadas más transitas, buscando las horas menos concurridas, hallando refugio en sendas, bosques y veredas que el día a día no consigue resolver; el corazón se robustece, el sudor desaparece y la mente asegura un bálsamo del que no estoy dispuesto a prescindir. Correr, correr, correr... hasta desfallecer o, quien sabe, detenerse ante una imagen reveladora, tal vez milagrosa, que susurre al viento con cercanía y sinceridad: "Estoy cansado y... me voy a casa"».